Si las ciudades y las universidades son impulsores del crecimiento económico, entonces sus estrechas interacciones deberían hacerlas más que doblemente potentes. A este respecto, existen al menos tres tipos de beneficios que las universidades pueden ofrecer al desarrollo y la competitividad de las ciudades. En primer lugar, pueden ayudar a crear nuevos espacios de conocimiento intensivo, ya sea en nuevos distritos de conocimiento o dentro de los existentes. En segundo lugar, pueden contribuir a mejorar la calidad de la gobernanza urbana. En tercer lugar, las universidades pueden contribuir directamente a colocar la marca, al mismo tiempo que se involucran en proyectos urbanos estratégicos que pueden ayudar a reposicionar el perfil de la ciudad a inversores externos y trabajadores del conocimiento. Aunque no tenemos ninguna duda de que el potencial está ahí, necesitamos entender su dinámica en detalle para asegurar que este potencial pueda ser desbloqueado. Ya sabemos que la relación intrínseca entre el campus universitario y la ciudad exige no sólo el diálogo, sino la participación activa entre un gran grupo de actores, desde políticos y planificadores hasta corporaciones y empresas, grupos cívicos y organizaciones de servicios y, por supuesto, el público. Cuán efectivas son las partes interesadas para dialogar, participar y gestionar conjuntamente los resultados son consideraciones importantes.